El fuego devasta la Amazonia. No es nada nuevo, por desgracia, pues cada año llegan de manera puntual las noticias de incendios que arrasan miles y miles de hectáreas. Este año, más de 75.000 incendios están reduciendo a cenizas extensos territorios de las selvas tropicales de Brasil, cuyas autoridades han exhibido una peligrosa política de flexibilización ambiental que ha conducido a una disminución de los controles vinculados a la deforestación. Esa es la gran novedad esta vez: de un lado, una sensibilidad más rigurosa respecto a los problemas medioambientales, que genera inmediatas movilizaciones en lugares muy diversos del mundo, y de otro, un líder que ha hecho alarde de que todo esto no va con él.
La irresponsable actitud del presidente Jair Bolsonaro, que ha incentivado la ocupación de tierras por parte de granjeros, agricultores, madereros o mineros, puede convertirse en una amenaza no solo para la supervivencia de la Amazonia sino incluso para el futuro de todo el planeta. El Gobierno del presidente brasileño, por otro lado, ha cargado contra las organizaciones no gubernamentales al sugerir, de una manera descarada e irrisoria, que detrás de esta oleada de incendios podría estar una acción criminal de los “oenegeros” para desacreditar al Ejecutivo brasileño.
Durante los ocho primeros meses del año, coincidiendo con el mandato del líder ultraderechista, los siniestros en la Amazonia se han disparado un 84% en relación al año pasado, aunque los expertos señalan que las emisiones totales de CO2 no han variado palpablemente respecto a otras crisis semejantes.
Lo que, afortunadamente, ha cambiado de manera radical es la percepción de que la situación es alarmante, y que no lo es solo en el continente sudamericano. El presidente francés, Emmanuel Macron, lo ha expuesto acertadamente: “Nuestra casa está en llamas”. La selva amazónica no es de Brasil ni de los países por los que se extiende, desde Bolivia hasta Ecuador, de Perú a Colombia. Precisamente ha sido el Gobierno colombiano el que ha propuesto a sus vecinos un proyecto conjunto de prevención para hacer frente a un desastre ambiental, que está adquiriendo enormes proporciones y degradando —si no se empieza a actuar pronto podría hacerlo de manera irreversible— una zona única.
La iniciativa no debería caer en saco roto, como tampoco el de los líderes del G7, que no solo han ofrecido un apoyo de 20 millones de euros para combatir el fuego sino que, además, han planteado la posibilidad de adoptar medidas económicas contra Brasil si no refuerza las estrategias para combatir estas catástrofes y para impulsar políticas ambientalistas sólidas.
Conservar la Amazonia es obligación de todos y todas. El colosal bosque tropical es una de las regiones más ricas en cuanto a biodiversidad y una imprescindible fuente de oxígeno. Contribuye de manera decisiva a regular el clima mundial, es un gran sumidero de dióxido de carbono e impacta en la circulación de las corrientes oceánicas. La destrucción del pulmón del planeta debe ser abordada como una crisis de alcance global y con el concurso de la comunidad internacional.
En los últimos 60 años la cuenca amazónica ha perdido ya un 20% de su superficie a causa de la deforestación. Durante el mandato de Lula da Silva se hicieron esfuerzos para frenar la tala de arbolado. Con la vacía posición de Bolsonaro, hay un peligro real de perder el control de la situación.
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